martes, 3 de marzo de 2009

Vulgaridades, hologramas y denuestos...

Carlos

I

Me llamo Carlos y nada más. Mi apellido, mi edad y mi segundo nombre me valen madres desde hace tiempo, vivo en Hidalgo 46 y los pinches camiones no me dejan dormir. Quise ser escritor, después músico, después director de cine, ahora de eso sólo me queda el gusto; no me dedico a nada. Desde hace tres años vivo de una herencia que me dejó mi abuelo; mis jefes se murieron hace un chingo.

Hoy en la mañana me encontré a Renata en la tienda de la esquina, fui por cigarros y ella acababa de comprar unos chicles, me saludó; traía puestos los lentes de siempre aunque su peinado la hacía lucir diferente, la deseé. Me preguntó cómo iba con mis cuentos y le dije que bien, que ya pronto los publicaría, naturalmente mentí. Después me platicó de su novio, no le puse mucha atención. Me invitó a un taller de literatura; “el maestro es buenísimo y pensé en invitarte desde la primera clase pero no me atreví a llamarte, pensé que podría interrumpirte, sólo llevamos dos sesiones no creo que alguien se moleste si empiezas a ir, es los jueves a las nueve, está chido”, me dijo; su voz era suave, aunque alcancé a notarle un poco exitada. Le dije que a la mera iba y nos despedimos.

Es lunes, son las seis de la mañana, me despertó la puta alarma del bocho del vecino; mi vecino es una loca sin remedio que le encanta hacer enojar a sus pretendientes, con frecuencia vienen a chingarle el auto y me despiertan. Vino Rodrigo a visitarme, un amigo de la facultad que le decimos el Rodrogui (me parece innecesario explicar el origen de tal sobrenombre, pero para aquellos interesados, digamos que el buen Rodrigo es el proveedor de psicotrópicos más confiable y solicitado por todos los pseudojunkies pendejos del centro de guanatos; a mí no me cobra porque me debe favores, es buen elemento), trajo una mota excelsa, fumamos sin parar y jugamos FIFA hasta que anocheció; no me di cuenta cuándo se fue, estaba absolutamente sedado y creo que me dormí.

Hoy todo el día estuve echando la hueva, pensé mucho en Renata, la imaginé desnuda, vi su espalda, sus nalgas, sus tetas, la toqué en mi mente y sentí su humedad, quise verla por lo que decidí ir al taller que me invitó y también porque tras prender el televisor y detenerme en el canal del tiempo me di cuenta que es jueves. Supe por Don Agustín el de la tienda que la casa en la que se reúnen es de un periodista hiper mamón que se cree escritor. Llegué y todo tenía un aire solemne; por supuesto había café, regular y descafeinado, leche light deslactosada y galletas sin azúcar, qué putada. Me saludaron amablemente, todos con cara de babosos, pretendiendo estar interesados por el nuevo miembro. Me cagó todo el concepto; el hecho de discutir una novela, un cuento o un poema con esta gente me revolvía el estómago. Me quedé porque llegó Renata y me sentó a su lado. Todos opinaron pendejadas, el periodista fue lo más patético de la sesión; intentaba impresionar a los asistentes (sobre todo a una rubia cuarentona y chichona que se sentaba frente a él) con comentarios burdos, insolentes y referencias inexistentes, pensé en la mierda que era todo aquello, pero yo quería cojerme a Renata, por eso no me fui.

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